Son varias las voces que han solicitado la aplicación de una cuarentena sanitaria para frenar la expansión del COVID-19. A propósito del debate en torno a esta medida, compartimos la columna de opinión de la profesora Paula Repetto, escrita junto a la académica de la Escuela de Enfermería UC, Margarita Bernales, y el profesor del Departamento de Psicología de la Universidad de La Frontera, Manuel Ortiz, publicada el martes 24 de marzo en el Diario La Segunda.
Es una muy buena noticia que el Gobierno decida implementar acciones para asegurar que las cuarentenas se cumplan, y seguir estas y otras recomendaciones de los expertos convocados. Con esto da una señal importante. Sabemos, por estudios anteriores, que la adopción de cuarentenas voluntarias es muy baja, en algunos casos cercanas al 0%. Si las personas se sienten bien, es poco probable que las mantengan y su implementación varía de persona en persona. Mientras que para algunos significa no salir de su casa para otros es estar confinado en una pieza. Otro porcentaje simplemente no la cumple o lo hace por un período menor de lo recomendado. Esto pone innecesariamente en riesgo a otras personas.
En Canadá, durante la epidemia del SARS, la cuarentena voluntaria fue interpretada como una medida cuya implementación era discrecional y a criterio de cada persona; cada uno podía decidir cómo adoptarla. La falta de protocolos claros y estrictos, que diferían entre servicios de salud, una comunicación de riesgo deficiente, y un seguimiento pobre o casi nulo de estas personas contribuyó a aumentar el número de personas contagiadas como resultado de una adhesión menor a la esperada.
Las personas podían tomarse un recreo de la cuarentena, para comprar alimentos o realizar otras actividades, sin sentir que estaban en riesgo de ser pilladas. En definitiva, la manera como se implementaron estas medidas contribuyó a que algunas personas percibieran que la situación no era grave, no era necesario cumplir la cuarentena y tampoco tenían claro si eran efectivas. Las amenazas para obligar que cumplieran con la cuarentena fueron menos efectivas que la credibilidad asociada a que el monitoreo de la cuarentena iba a ocurrir (que es algo que podemos aprender de las Isapres). Las multas tuvieron un efecto como castigo. Razones éticas y el control social contribuyeron a que las personas adhirieran a ésta, así como el apoyo entregado por el Estado para enfrentar pérdidas económicas y organizar su vida cotidiana y así asegurar alimentación y recibir suministros básicos.
Canadá aprendió de esta experiencia y se hicieron cambios importantes en los protocolos y la manera como se comunica el riesgo, durante la epidemia de SARS y luego más adelante. Además de esas experiencias y otras disponibles, la OMS entrega orientaciones claras y específicas a seguir. Tenemos expertos a disposición y con experiencia. Podemos aprender de esta experiencia, cuando salgamos de esta crisis, y durante el proceso para ajustar y mejorar lo que hacemos cada día. Revisemos lo que hemos hecho para implementar los cambios necesarios y planifiquemos las acciones. Pero por ahora, tengamos claro que las cuarentenas voluntarias no existen y solamente las cuarentenas.
Paula Repetto, Escuela de Psicología y CIGIDEN, Universidad Católica de Chile
Margarita Bernales, Escuela de Enfermería, Universidad Católica de Chile
Manuel Ortiz, Departamento de Psicología, Universidad de La Frontera
Publicación original: Diario La Segunda