Reducir factores de riesgo y vulnerabilidad a través del fortalecimiento de factores protectores, lo que implicó reforzar la identidad comunitaria, robustecer la participación y articulación social, y promover la apropiación de los espacios públicos, fueron parte de los resultados que constató el proyecto “Prácticas relevantes para un trabajo territorial y participativo: Aprendizajes y desafíos desde la experiencia de un programa de fortalecimiento comunitario en la Villa Nocedal”, liderado por la profesora Marianne Daher junto a un equipo del que también formaron parte estudiantes y tituladas de nuestra Escuela.
Charla en clubes de adulto mayor, talleres con personas en situación de discapacidad, encuentros femeninos, y articulación con instituciones del territorio, fueron algunas de las iniciativas desarrolladas en el marco del proyecto “Juntos nos cuidamos: Construyendo identidad en la Villa Nocedal de Puente Alto”. Programa que buscó fortalecer a la comunidad, a través de la reducción de factores de riesgo y el fortalecimiento de factores protectores, fomentando la agencia colectiva y la convivencia social entre integrantes de la comunidad.
El proyecto, liderado por la académica de nuestra Escuela, Marianne Daher, contó con la participación de estudiantes y tituladas de nuestra Escuela, y fue financiado por del Ministerio de Desarrollo Social a través del Fondo Chile de Todos y Todas. Dentro de sus resultados, la iniciativa pudo constatar el reforzamiento la participación y articulación social de los y las integrantes de la Villa, fortaleciendo la identidad comunitaria y promoviendo la apropiación de los espacios públicos.
El estudio utilizó metodología cualitativa y participaron 46 personas (lideresas, actores clave y participantes del proyecto). La iniciativa entregó avances importantes acerca de los grupos con los cuales se trabajó. En un contexto donde la violencia física, psicológica, económica y simbólica hacia el género femenino es habitual, el programa no solo logró generar una comunicación más fluida y mayor empatía entre las mujeres de la comunidad, también permitió mejorar la autoestima, ofreciendo espacios para encontrarse y conocerse entre ellas.
En el caso de los y las adultas mayores, la falta de redes socio-familiares y los escasos vínculos con los que cuentan, han generado una situación de vulnerabilidad, abandono y soledad que tras la implementación del programa, fue mostrando algunos cambios. Conexión emocional, habilidades para expresarse, aprendizaje sobre el enfoque de derechos y de género, además de reforzar la cohesión grupal, aumentando y profundizando la participación en los clubes, fueron parte de los efectos de la iniciativa.
Otro grupo que mostró avances importantes fue en el de las personas en situación de discapacidad, quienes han tenido que convivir durante años con calles en mal estado, discriminación y exclusión en el transporte colectivo. Por esto, promover el ejercicio del enfoque de derechos, y que hayan podido percibirse sin impedimentos para hacer actividades cotidianas, venciendo las barreras del entorno, fueron importantes logros a destacar.
Además de la participación y el robustecimiento del tejido social en la Villa Nocedal, el proyecto consiguió disminuir la sensación de inseguridad de la comunidad, al fortalecer el sentido de pertenencia y las relaciones entre los vecinos y vecinas. Aspecto que se suma a la participación comunitaria entre mujeres como un acto afirmativo ante la vulnerabilidad social. “Yo creo que es porque la mujer está despertando… Despertando del nido en el que pasaba puro cocinando y haciendo cosas para los hombres. Ya salió la que enseñó, la que empezó a enseñar y las demás empezamos a aprender. Ya era hora de que la mujer tire voz en alto”, dijo una de las participantes en el proyecto.
Una serie de aprendizajes que también plantean muchos desafíos, para lo que se viene en este tipo de iniciativas de cara al futuro. De acuerdo a la profesora Marianne Daher, en cuanto a la intervención comunitaria en seguridad, el estudio levantó dos recomendaciones. “Por un lado, propender a que las personas participantes resignifiquen el fortalecimiento y desarrollo comunitario de un barrio como un recurso para la seguridad. Y, por otro lado, que toda intervención comunitaria en seguridad promueva la articulación de las comunidades con la red de servicios e instituciones del territorio y otros organismos relevantes en la materia, exigiéndose que las instituciones públicas efectivamente garanticen el bienestar de las personas y el cumplimiento de sus derechos en materia de integridad física y psicológica, así como de seguridad. En ese sentido, se propone que uno de los focos de las intervenciones comunitarias en seguridad sea la promoción del trabajo en red para favorecer la circulación de apoyo social entre personas, grupos y organizaciones, generándose planes de trabajo articulados a nivel territorial”, afirmó.
En cuanto a la participación comunitaria entre mujeres, resultó relevante cómo estos espacios fueron resignificados por las participantes, incorporándolos a su fin recreativo y de organización social. El que instancias de autocuidado y co-cuidado entre mujeres, en donde pueden encontrarse, acompañarse, compartir y reflexionar acerca del contexto de vulnerabilidad y fragmentación social en los que habitan, puedan transformarse en espacios políticos y éticos de resistencia frente a la pobreza y vulnerabilidad.
Finalmente, a modo de reflexión más general, la académica destaca la importancia de que la intervención comunitaria en el marco de programas gubernamentales transite desde el fortalecimiento comunitario, cuyo foco está puesto en la dimensión psicológica relacional, hacia el desarrollo comunitario, cuyo centro está en el empoderamiento organizacional y comunitario. “Entendido como la capacidad de movilización y acción colectiva por el cambio social, y la coordinación efectiva entre las organizaciones de la comunidad y las instituciones presentes en el territorio”, señaló.
Texto: Andrea Fuentes Uribe, Periodista Subdirección de Extensión y Comunicaciones EPUC.